Cuantas personas nos encontramos a lo
largo del día, con cuantos desconocidos cruzamos las miradas, en el metro, en
la calle, en el supermercado, y así en una interminable lista de lugares que
marcan nuestro día a día.
Es imposible saberlo. Somos muchos y
conocemos a muy pocos.
Me gusta observar a todos esos
desconocidos, me gusta imaginarme sus vidas, me gusta inventarles historias,
que tipo de música escuchan, porque sonríen, porque están serios, porque tienen
la mirada perdida, y una larga lista de situaciones movidas por mi imaginación.
Pero con lo que más disfruto son con los
momentos en que mi mirada se cruza con la de algún hombre atractivo, y
entonces, en ese preciso momento, yo dejo de ser yo y me convierto en una mujer
imponente, de amplias curvas y un claro olor a sexo, cosas que juntas hacen que
ese desconocido no deje de mirarme, y que su mirada sea puro deseo.
Como me gustaría que alguna de las veces
todo lo que imagino se haga realidad…soñar se convierte en respirar. Y dentro
de esos sueños están los otros, los que fijan mi existencia y me esclavizan.
Y así son mis días, espacios de tiempo
donde mi imaginación toma el control de todos y cada uno de mis sentidos en los
momentos permitidos, todos aquellos en los que el trabajo no existe. Y navego,
navego por lugares remotos, por bares desconocidos, por asientos de tren
desocupados, por camas de hoteles sin detalles. Puedo imaginar una misma escena
mil veces, mil días, repitiéndola como una secuencia sin fin, como un bucle
eterno, mejorándola, cambiándole los diálogos, haciéndola más intensa o más
ligera dependiendo del momento del día y del estado de animo. De repente un día
me canso, y una historia nueva entra en acción en mi cerebro.
Los hombres que me cruzó son historias
del momento, son sueños que se evaporan como vienen, de manera rápida, no dejan
huella, no hay marca en ellas, solo excitación.
Y luego están las otras, las fijas, todas
ellas marcadas por una constante de ojos grises, por el hombre de mis sueños,
sin rostro pero con claros rasgos definidos que hacen de él un ser único, el
amo de mis sueños, el dios de mis pesadillas.
Bajo el sonido repetitivo de una sueva
melodía dibujo con mis labios su mandíbula firme y fuerte para seguir un camino
que me lleva a su mejilla, pasando por su nariz, sus parpados caídos de
pestañas que simulan abanicos, su frente adornada con mechones de cabello que
caen desordenados, sus ojos profundos llenos de tormentas y por último sus
labios gruesos y apetitosos que atraen como el agua en el desierto, que me
atraen y me pierden momentos eternos, horas dedicadas a un único propósito,
hacerle realidad. Su cuerpo es otro eje en mi vida, brazos, pectorales,
abdominales, espalda, todos ellos rozando la perfección dentro de mis
parámetros. Y se convierte en mi amo, el
domina mi subconsciente, para acabar convirtiéndose en mi pesadilla, cuando
despierto, cuando vuelvo a la realidad y me doy cuenta que no existe para mi,
que me cerré las puertas a tener su presencia, y es en ese preciso instante que
el vacío llega a mi.
Y vuelvo a empezar porque es la única
manera que encuentro de llenar ese hueco en mi alma. No quiero ponerle nombre,
pero se que es una enfermedad. Mi obsesión, mi vida. Se ha convertido en una
constante, en un bucle eterno, en un camino sin final.
Te encuentro un pelín casquivana. ¿Has pensado en poner un amante de un día en tu vida? Puedes conseguirlo en la red, je, je ....
ResponderEliminarLa mente esta para imaginar lo que no tenemos. ¿Quién no quiere un hombre 10 en su vida?
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